domingo, 22 de enero de 2012

Los literales baños de sangre de la Condesa Báthory (II)

Hoy os traemos la segunda parte de la fascinante historia que nos narró David González Caballero hace un par de semanas. Por si lo habéis olvidado, aquí podéis leer la primera parte de la historia y, a continuación, os dejamos con el final. ¡Gracias David por tu colaboración! Si alguno de vosotr@s también tiene algo que contar y lo quiere hacer, poneros en contacto con nosotras, estaremos encantadas de dar salida a vuestros relatos.


Y siguiendo con este macabro relato, debemos ponernos en la piel de las pobres familias campesinas que trabajaban las remotas tierras a las faldas de los Cárpatos. Entre ellos se decía que por las noches algunos siervos de la condesa eran enviados a los pueblos en busca de jóvenes doncellas para secuestrarlas (sin saber el motivo. De hecho solo se supo tras la intervención del conde Thurzó). ¡Cuán aterradora debía ser la sensación de ser padre de una joven adolescente por aquellos lares!

Se decía también que estos siervos convencían a las mujeres más pobres para que trabajasen en el castillo como doncellas de la condesa, un mentira que solo servía para llevarlas a las mazmorras y acuchillarlas para posteriormente llenar la bañera de Erszébet. También era frecuente que, dada la creencia que el tacto áspero de las toallas frenaba el poder de rejuvenecimiento de la sangre, ordenase que un grupo de sirvientas elegidas por ella misma lamiesen su piel. Si estas mostraban repugnancia o recelo, las mandaba torturar hasta la muerte. Si por el contrario reaccionaban de forma favorable, la Condesa las recompensaba. 

Si las chicas eran lo suficientemente bellas y lozanas, el destino les deparaba un final que podríamos encuadrar, según se mire, de “mejor”. A éstas se las encadenaba y se las mantenía con vida mientras se les practicaban incisiones no letales para sacarles sangre. Como si de una buena bodega se tratase, la condesa disponía de la sangre de estas pobres chicas para bebérsela durante la cena.

El carruaje color azabache con el escudo de los Báthory aterró a la región desde 1604 hasta 1610, sin que nadie se atreviera a investigar el porqué de las desapariciones de tantas jovencitas (de 9 a 26 años). Finalmente, una muchedumbre enfurecida (¿se encontró algún cuerpo? ¿Oyeron algún grito?) se reveló contra su señora, argumentando que el castillo estaba maldito y que un vampiro moraba en él. Quiero recordar que en aquella época el concepto de Drácula no existía (y mucho menos el del chupasangre estilo Crepúsculo) y que el nosferatu era más parecido a un demonio que al estereotipo que todos tenemos en mente. Pese a los intentos del campesinado por saber qué pasaba en el castillo, no fue hasta que la condesa Báthory cometió un error que toda Hungría descubriría su macabra historia y se acabaría con su reinado de terror. A falta de adolescentes y jóvenes en la zona como consecuencia de tantos crímenes, utilizó sus contactos para tomar a las hijas de la aristocracia menor. A través de la denuncia de los pueblerinos, de la curia clerical de la región y de algunos de estos aristócratas, el monarca Matías II decidió intervenir.
«...una joven de doce años llamada Pola logró escapar del castillo de algún modo y buscó ayuda en una villa cercana. Pero Dorka y Helena Jo se enteraron de dónde estaba por los alguaciles, y tomándola por sorpresa en el ayuntamiento, se la llevaron de vuelta al Castillo de Cachtice por la fuerza, escondida en un carro de harina. Vestida sólo con una larga túnica blanca, la condesa Erzsébet le dio la bienvenida de vuelta al hogar con amabilidad, pero llamaradas de furia salían de sus ojos; la pobre ni se imaginaba lo que le esperaba. Con la ayuda de Piroska, Ficzko y Helena Jo, arrancó las ropas de la doceañera y la metieron en una especie de jaula. Esta particular jaula estaba construida como una esfera, demasiado estrecha para sentarse y demasiado baja para estar de pie. Por su [cara] interior, estaba forrada de cuchillas del tamaño de un dedo pulgar. Una vez la muchacha estuvo en el interior, levantaron bruscamente la jaula con la ayuda de una polea. Pola intentó evitar cortarse con las cuchillas, pero Ficzko manipulaba las cuerdas de tal modo que la jaula se balancease de lado a lado, mientras que desde abajo Piroska la punzaba con un largo pincho para que se retorciera de dolor. Un testigo afirmó que Piroska y Ficzko se dieron al trato carnal durante la noche, acostados sobre las cuerdas, para obtener un malsano placer del tormento que con cada movimiento padecía la desdichada. El tormento terminó al día siguiente, cuando las carnes de Pola estuvieron despedazadas por el suelo.»

Esta narración sacada de un libro de la época y recopilada en la Wikipedia podría ser perfectamente un extracto de una novela de Stephen King pero era muy real. En este fragmento se describe la Iron Maiden, la “Doncella de Hierro”, uno de los peores instrumentos de tortura y ejecución que se han construido y de los que Isabel Báthory disponía para sus macabros fines.

La pobre Pola se sacrificó para que el estamento eclesiástico, con mucho peso en aquella época, obligase a Matías II a intervenir. En 1610, el Conde Thurzó fue enviado con algunos soldados para investigar el castillo de los Báthory. Y lo que encontró les aterró a todos por igual: cadáveres apelotonados, fríos, secos. Máquinas de tortura y mujeres hacinadas en el fondo de las mazmorras. En 1612 se inició el juicio contra la Condesa Sangrienta pero ésta, acogiéndose a sus derechos nobiliarios, decidió no comparecer. Quenes sí tuvieron que hacerlo fue su cohorte de brujos, nigromantes y demás amantes del esoterismo. El mayordomo testificó que en su presencia se habían asesinado como mínimo a mujeres de entre once y veintiséis años; a seis de ellas las había reclutado él personalmente para trabajar en el castillo. La sentencia culpó de brujería, asesinato y cooperación a todos los sirvientes de la condesa. Las brujas fueron quemadas vivas no sin antes recibir un duro castigo (arrancarles los dedos por estar literalmente “manchados con sangre”) mientras que los colaboradores fueron sentenciados a muerte.

¿Y qué le pasó a Isabel? Al ser noble la ley impedía que fuese ejecutada así que se decidió hacinarla en sus propias mazmorras, sellándole puertas y ventanas dejándole tan solo un orificio para darle comida. A los 54 años murió en ese mismo lugar y comenzó una de las leyendas más sangrientas de las que autores tan importantes como William H. Polidori o Bram Stoker mamaron a la hora de escribir sus best-sellers vampíricos.

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